Por Juan Esmerio
La mayoría de los migrantes griegos que llegó a Sinaloa se asentó en Culiacán. Al principio fueron acogidos por las bondades migratorias que otorgó el porfiriato. Ya en el siglo veinte, durante la gran guerra, salieron por los conflictos de Grecia con el imperio otomano. Jorge Basilio Karamanos Dimitrakópulos, pionero de la migración helena, arribó a México en 1898 a través del puerto de Veracruz, según consta en el pasaporte que la oficina de migración mexicana le entregó al pisar tierra firme, reliquia que su familia conserva.
Otros hombres, llegados por el Océano Pacífico, se estacionaron en distintas ciudades. Temístocles Collias Kiriazi fue uno de ellos. Llegó a Mazatlán en 1920. Pertenece a la segunda oleada migratoria. No conocemos el lugar de origen de algunos de los migrantes. Del señor Collias sí: nació en la isla de Patmos, donde San Juan escribió el Apocalipsis a fines del siglo I o a principios del II.
Nada más distante de Patmos que el skimo, la bebida de leche sabor chocolate que Temístocles Collias inventó y que, vía los sentidos, te lleva a la gloria.
La bebida, acompañada de un bollo, es el desayuno de muchos trabajadores mañaneros. También de estudiantes y de quienes hacen la colación de media mañana o, más grato aún, de quienes lo toman por antojo, como si fuera un néctar.
Hay otros batidos de chocolate que se consumen en cafeterías. Hay quienes le añaden un huevo crudo y lo toman caliente acompañado de pan con mantequilla. El skimo de Temístocles Collias se disfruta desde 1934 en el mercado José María Pino Suárez. Se toma frío, en vaso alto. Su espuma dibuja un bigote sabroso, divertido, que otorga a los adolescentes una mayoría de edad que ellos desaparecen de un lengüetazo.
Fue un acierto que la descendencia del señor Collias industrializara el polvo conservando el toque artesanal. Aunque es difícil conseguir en casa el sabor que nos da el puesto ubicado en el ala noroeste del mercado Pino Suárez. Se llama Grykos, nombre de la aldea de pescadores donde Temístocles nació. Quizá al joven Temístocles Mazatlán, con sus mujeres hermosas, su puñado de islas radiantes y sus pescadores de esquife, le recordaba Grykos. Aquí, donde la luz era la misma, solo faltaba que los pescadores tendieran los pulpos al sol.
En un tiempo Grykos fue el sitio de reunión de jóvenes enamorados. También las madres lo hicieron suyo para enamorar a sus hijos al consentirlos con la bebida luego de obtener, a cambio, la promesa de que cargarían la canasta con las compras del mercado; o que, si eran niñas, fueran una grata compañía hasta volver a casa.
Numerosas familias de los pueblos del sur de Sinaloa migraron a Mazatlán por la revuelta agraria cardenista de mediados de los años treinta. Eran familias mutiladas. Ojalá que tomar un skimo haya significado una bienvenida amable al puerto, la conquista de un estatus de ciudadanía.
En la bolsa que contiene el polvo creado por Temístocles Collias Kiriazi viene una foto suya. En ella aparece un hombre de gran aplomo con una pisca de vanidad en el porte. A pesar del relieve de las entradas parece joven. En la ficha no dice si el inventó lo hizo en Grecia, a orillas del mar Egeo, o en Mazatlán, tocado por la inspiración del Océano Pacífico. Tampoco se anota su fecha de nacimiento.
El nombre de este griego insular, Temístocles, es un clásico. Su bebida espumosa también. La postal que nos manda desde la isla de Patmos es el skimo. Su saludo es un lucero en la cartografía gastronómica mazatleca.
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Hubo en Mazatlán una sociedad mercantil creada en 1927 por los empresarios Juan D. Panas, Jorge Chaprales y Jorge Dablantes. La sociedad se llamaba Circuito de Occidente. Se dedicaba a “la explotación de toda clase de espectáculos en los teatros de los estados de Nayarit, Sinaloa, Sonora y el territorio de Baja California”. Fue una empresa ambiciosa, única en su género en la historia de nuestra cultura; arrancó con un capital de cinco mil pesos. Su objetivo era producir espectáculos desde nuestra región. Cubriría un corredor geográfico amplio y planeaba “arrendar o construir edificios para tal efecto”, según lo asienta un acta notarial consultada en el libro Inmigración griega a Sinaloa de Gustavo Aguilar.
La base de operaciones de la sociedad mercantil fue Mazatlán, y aunque no sabemos nada más de su destino en las otras plazas, se infiere que no tuvo éxito. Con Circuito de Occidente como empresa afortunada, ahora Nayarit y el noroeste de México serían una potencia en las artes escénicas. A una región acostumbrada a ser desde siempre un destino irregular de las compañías itinerantes, a ser anfitriona de las sociedades de beneficencia que improvisaban en teatros de lujo espectáculos con fines altruistas, estos empresarios griegos tal vez le iban a dar un impulso definitivo para conseguir cierto estatus de autosuficiencia artística.
Otros griegos, fieles a su amor por las artes, daban en ese tiempo funciones de cine ambulante en los pueblos de los alrededores de Culiacán. Tal vez al transitar en sus carretas por la tierra fértil del valle, entre ríos, arroyos y represas naturales, tuvieron una visión: se soñaron como grandes agricultores.
Luego de curiosear en el arte, los griegos olvidaron a Apolo y se entregaron a Deméter. La agricultura del valle de Culiacán, donde introdujeron los cultivos de legumbres, fue otra con su laboriosidad. La buena fortuna para algunos miembros de esta comunidad estaba por llegar, aunque irrigada con tintes trágicos.
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Los héroes griegos de la guerra de Troya hacían sacrificios para propiciar el favor de los dioses; el humo de la carne de res llegaba hasta el monte Olimpo y eso les agradaba. Los dioses tenían a la mano la ambrosía para completar sus apetencias. Nosotros, tropicales al fin, tenemos el skimo.
Haré algo sencillo: tomaré uno mientras leo el canto III de la Ilíada donde combaten Paris y Menelao, y Helena es llevada por Afrodita al lecho nupcial donde la espera Paris. Todo un placer.